29 octubre, 2025

Compartiendo penas y esperanzas en Sudán

La hermana Paola Moggi es una Misionera Comboniana, originaria de Italia, que se encuentra en Sudán del Sur. Sus hermanas de congregación comparten el testimonio que envía sobre la terrible y olvidada situación de Sudán, que tantas consecuencias tiene en Sudán del Sur.

«La guerra civil de Sudán comenzó el 15 de abril de 2023. Después de más de dos años, alrededor de 30 millones de personas, más de la mitad de la población de Sudán, se enfrentan al hambre y la violencia. Más de 50 mil personas han sido asesinadas, en su mayoría civiles, y alrededor de 12 millones han intentado escapar del horror y la devastación. Entre ellas, unos 5 millones se han refugiado en países vecinos.

La República de Sudán del Sur ha acogido a muchos de ellos. Dos hermanas Misioneras Combonianas, Rosangela Boschi y Altoma Imba Falemba, que han vivido durante muchos años en Sudán, se encuentran desde el 11 de julio de 2025 en Renk, una ciudad cercana a la frontera, para acompañar a los refugiados acogidos en dos campamentos cercanos: Jamaa al Nil y Silik.

Aquí hay 9 mil personas, algunos refugiados sudaneses y otros sur sudaneses que vivían en Sudán y tuvieron que huir. La ONU los acoge, pero las condiciones de vida son difíciles –explica la hermana Rosangela–. En Jamaa al Nil nos encontramos con los que llegaron primero: de alguna manera se las arreglan para sobrevivir en la vida cada vez más difícil del campo. La ayuda de la ONU está disminuyendo, por lo que buscan algún tipo de trabajo. Incluso los niños lo hacen: algunos, por ejemplo, venden agua. La vida no es fácil y a menudo se ve a niños llorando de hambre; los adultos, con más paciencia, afrontan el día con la esperanza de que llegue algo de comer antes del anochecer. La lluvia llegó tarde, pero muchos, especialmente las mujeres, han tomado un pequeño pedazo de tierra para cultivar: algunos cereales y verduras pueden madurar a su debido tiempo para aliviar su hambre.

Los refugiados de Jamaa al Nil han comenzado a construir una capilla de barro y paja, y se reúnen allí los domingos. También hay una pequeña escuela y los maestros reciben su salario de las cuotas que paga cada niño. Desgraciadamente, no todos pueden pagarlas, por lo que muchos niños están en la calle o buscan trabajos ocasionales para ganar algo de dinero. Durante la temporada de lluvias, todas las actividades pastorales se han detenido porque las chozas, la capilla y la escuela se inundan a menudo.

En el campo de Silik se alojan los refugiados recién llegados. Aquí la situación es extremadamente difícil —continúa la comboniana Rosangela—. Muchos ni siquiera tienen una lona para protegerse de la fuerte lluvia, y los cobertizos construidos para alojar a los que no tienen adónde ir ya están abarrotados. En este campo hay muchos sudaneses del sur «en tránsito»: vivían en Sudán y ahora quieren llegar a sus lugares de origen. Se recogen sus nombres con el fin de agruparlos y reubicarlos en sus respectivas zonas. Los refugiados sudaneses, en cambio, solo esperan aquí a que la paz se haga realidad y, algún día, puedan volver a sus ciudades y pueblos».

Las hermanas Rosangela y Altoma son una presencia humilde pero importante: «Estamos aquí para sembrar esperanza entre estas personas que sufren, muchas de ellas separadas de sus seres queridos que quedaron en Jartum. Ni siquiera saben si siguen vivos. Las escuchamos y compartimos sus penas. Con las familias cristianas, también leemos pasajes del Evangelio, que les dan fuerzas para superar sus dificultades. Somos conscientes de que lo que hacemos es menos que nada en comparación con sus necesidades, pero estamos aquí con ellas, para recordarles el amor de Dios. En nuestras visitas, a menudo nos acompañan los niños: hay que ver su alegría cuando les damos una cuerda o una pelota para jugar. Y rezamos con ellos, seguros de que algún día también ellos disfrutarán de la paz».

Crédito de la nota: OMPRESS.