2 octubre, 2025

«Ecuador, tu vida es misión»: jóvenes redescubren la esperanza en las periferias

Desde hace más de dos décadas, cada septiembre centenares de universitarios dejan aulas y rutinas para internarse en comunidades donde faltan médicos, caminos y servicios básicos. Este año la misión transcurre en Loja, Zamora Chinchipe, Pichincha, Imbabura y Santo Domingo, con voluntarios de entre 18 y 30 años.

Allí, donde faltan caminos, médicos y servicios básicos, toma cuerpo la Misión Idente Ecuador (MIE), una iniciativa de la Universidad Técnica Particular de Loja (UTPL) guiada por las Misioneras y Misioneros Identes. Desde 2004, este proceso ha dado continuidad a una de las experiencias de evangelización y servicio más sostenidas del país. La edición de 2025 se desarrolló del 4 al 15 de septiembre, desplegándose por la Costa, la Sierra y el Oriente: Loja, Zamora Chinchipe, Pichincha, Imbabura, Santo Domingo.

Una geografía de contrastes

«Nos encontramos con realidades muy diferentes», señala Mónica Calva, misionera idente y directora general de Misiones Universitarias de la UTPL. «Hay pueblos que sobreviven con lo mínimo, pero también una fe y un fervor que impresionan. Eso es lo que sorprende a los jóvenes». En muchos caseríos, la juventud emigró y quedaron los mayores; en otros, la agricultura sostiene la vida diaria y la violencia interrumpe la convivencia.

 «La Misión Idente Ecuador nació como respuesta a las heridas de nuestra sociedad: pobreza, abandono, falta de esperanza», recuerda Luis Mario, joven responsable de la Misión. «No es un proyecto pasajero; cada año se reinventa para responder de forma real a quienes más lo necesitan».

Más que acción social

La MIE no es campaña puntual. Cada edición abre puertas que luego se convierten en procesos: mediación de conflictos, hábitos de higiene y alimentación, huertos familiares y primeros auxilios, talleres sobre valores y convivencia. A ello se suma la misión médica, con estudiantes y docentes de Ciencias de la Salud que atienden gratuitamente en lugares donde, para muchos, es la primera consulta de su vida.

Mónica Calva reconoce los límites: «No podemos decir que la misión resuelva plenamente la vida material de estas comunidades, ni siquiera con las jornadas médicas. Pero todos los actores y colaboradores trabajan para que esa semana de misión dé continuidad a procesos ya en marcha y se traduzca en investigación, innovación, compromiso, acompañamiento.

De ahí brotan proyectos de letrinización, reciclaje, conservación de alimentos, diseño de espacios comunitarios, mediación de conflictos. Evangelizar y servir no son caminos distintos, sino un mismo movimiento que transforma tanto a quien recibe como a quien da».

El impacto que no cabe en cifras

Desde 2004, por los caminos de la MIE han transitado 4 mil 356 jóvenes, que han llegado a 458 comunidades y acompañado a 29 mil 284 familias. Las cifras dimensionan el alcance, pero lo que permanece son escenas: una tarde de lluvia en la que una de las 25 familias anfitrionas abre su casa al equipo; el café compartido; la limpieza del patio de una vecina que vive sola; el traslado de un anciano al centro de salud más cercano.

«Los jóvenes se sientan a preparar los alimentos con las familias, enseñan a los niños a lavarse las manos antes de comer, apoyan a los agricultores en la siembra y, cuando hace falta, llevan a los enfermos al puesto de salud o cargan agua desde riachuelos cercanos», cuenta Luis Mario Valarezo. «Pero lo más valioso es que un joven que regresa de la misión reconoce que puede dar más a los demás porque ha visto cómo, a pesar de las carencias, las comunidades viven con alegría».

«La misión ensancha el corazón; en cada rostro se reconoce el paso de Dios», expresa Ruth Simaluiza, Directora del Centro Quito UTPL.

Vocaciones que nacen con los pies en el mundo

«Tú vienes a hacer una misión, pero más que nada, tú eres el que sale misionado», afirma una voluntaria. Mónica Calva añade: «Al encontrarnos con realidades precarias, aprendemos a valorar lo que tenemos en nuestras propias casas; descubrimos la gratitud que a veces olvidamos». De esa experiencia brotan caminos nuevos: muchos estudiantes regresan transformados; algunos solicitan acompañamiento espiritual, otros prolongan su entrega en voluntariados, y no faltan quienes descubren en esas jornadas una vocación sacerdotal o religiosa.

Un sacerdote, hoy párroco en Quito, lo resume con claridad: «Debo mi vocación a la Misión Idente Ecuador». Y una joven, que hoy es monja contemplativa, escribió para agradecer el llamado descubierto entre visitas y talleres.

Una señal para el país y más allá

La Misión Idente Ecuador crece sobre una red de alianzas: la Sede Ibarra y la Sede Santo Domingo de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador, las diócesis que cada año acogen a los misioneros, empresas como Industria Lojana de Especerías (ILE) y Monterrey Azucarera Lojana (MALCA) que aportan medicamentos, alimentos, materiales.

El equipo misionero es, ante todo, rostro ecuatoriano: misioneros jóvenes de Loja, de Yantzatza en Zamora Chinchipe, de Paltas y de distintas ciudades del país. A ellos se suman voces que llegan de más lejos: desde España, Brasil, Perú, Nicaragua y Colombia. Como subraya Luis Mario: «Esta misión exige una forma de compromiso que no se detiene en campañas aisladas, sino que, año tras año, construye puentes entre la vocación de los jóvenes y las comunidades más olvidadas del Ecuador».

Nacida en 2004 con el lema «Ecuador, tu vida es misión», la experiencia enseña, en un tiempo marcado por el desencanto, que la esperanza no se improvisa ni se decreta: se encarna en jóvenes que descubren su propósito mientras acompañan a quienes viven con lo mínimo, pero lo comparten todo.

Crédito de la nota: Vatican News.