Tres mil kilómetros en catorce días, acompañados de catorce sonrisas que destacan en otros tantos rostros bañados por la luz de Jesús: los de los testigos que han sido elegidos como guías espirituales para la edición 2022 del Vía Lucis, organizado por la asociación Tucum Odv, en colaboración con Terra e Missione Aps y el Festival de la Misión.
Cada día, en 14 ciudades diferentes, los participantes se encontrarán con los más pobres que habitan en las estaciones de tren para vivir juntos un momento de oración y de servicio, escuchar testimonios, participar en talleres y experimentar plenamente la adoración eucarística, acompañados por figuras vinculadas a la zona, jóvenes que, incluso en los brevísimos espacios de su vida, han dejado una huella indeleble en los demás, simplemente dejándose moldear por el Señor en su vida cotidiana.
La enfermedad como experiencia para ofrecer al Señor
Muchos de los jóvenes testigos elegidos como ejemplos para la edición 2022 del Via Lucis, han sufrido enfermedades en vida, pero fueron capaces de canalizar el dolor en energía, impulsados por el motor de la fe.
Además de la figura ejemplar de Carlo Acutis, que no necesita presentación y cuyo testimonio tendrá lugar en Milán en la iglesia de Santa Maria Segreta, que frecuentaba y que ahora alberga una de sus reliquias, hay otras figuras menos conocidas pero igualmente brillantes. Comenzamos en Roma con David Buggi, el «soldado de Cristo» que, sin haber cumplido los dieciocho años, no se rebela contra la enfermedad que le aqueja, sino que, por el contrario, la acepta, consciente de que no ha dicho sí al sufrimiento, sino sí a Dios.
En Nápoles continuamos con la prometedora violinista Carlotta Nobile que, desde la Orquesta de Cámara de la Academia di Santa Sofia que dirige, se convierte en «donante de música» en las salas de oncología donde está hospitalizada y da testimonio de cómo el cáncer ha curado su alma.
En Taranto, Pierangelo Capuzzimati, que sin tener ni siquiera dieciocho años, fue capaz de reconocer el proyecto de Dios en el mal que le oprimía y se convirtió en padre de sus padres, acercándolos a la fe y haciendo madurar en ellos la conversión.
Y también en Brindisi, Matteo Farina que con sólo diecinueve años habla de su enfermedad como un «renacimiento espiritual» y en el hospital, olvidándose de sí mismo, se dedica al consuelo y la salud espiritual de los demás. En Parma, en cambio, está la siciliana Sarah Calvano, en cuyo diario, publicado bajo el título «El Magnificat de Sarah», da un testimonio estremecedor de cómo se puede ser feliz en una cama de hospital.
En Piacenza, por fin, es el turno de Giulia Gabrieli, una niña bergamasca de catorce años que sabe vivir su enfermedad como una aventura que, de todos modos, tendrá un hermoso final, ya sea la curación o el encuentro con el Señor.
La entrega a los demás es la mayor alegría
Entre los catorce testigos también hay jóvenes que han dedicado todo su tiempo a los demás, como Mario Giuseppe Restivo, que murió en un accidente cuando sólo tenía diecinueve años. Siempre estuvo involucrado en el escoutismo católico, y fue en este terreno fértil donde arraigó su vocación de servicio a los jóvenes, hasta el punto de llevar la animación religiosa a las parroquias periféricas de su Palermo. En Asís se recordará a Marianna Boccolini, una joven de 18 años de Narni que, hasta su muerte en un accidente de tráfico, tenía el sueño de ser médico para atender a los pobres y a los que sufren, iluminada como estaba por su mirada de maravilla hacia el prójimo.
También murió en un accidente a los 23 años Sandra Sabattini, de Ravena, una discípula de Don Benzi que, tras una experiencia entre personas con discapacidad y drogadictos, decidió que ya no podía prescindir de ellos porque al elegirlos había elegido a Dios.
En Génova, en cambio, será el turno de Marco Gallo, que a los diecisiete años tuvo el valor de abandonar las «cosas normales» para partir en busca de una felicidad más elevada, diferente, que sólo puede venir de la fe y el cielo.
En la misma línea estará el testimonio de la etapa de Turín, Maria Orsola Bussone, del Movimiento de los Focolares, que con sólo 16 años escribió a la fundadora Chiara Lubich que había comprendido el valor de la Cruz, viviéndolo después ella misma con una muerte prematura durante un campamento juvenil en el que participaba como animadora.
Amar al Señor hasta la muerte
Siguiendo en orden aleatorio, hay otras dos figuras muy significativas que los participantes en el Via Lucis estarán llamados a conocer, unidos por la violencia en la muerte que es casi un martirio.
En Bari reflexionarán sobre Santa Scorese, la primera víctima de feminicidio cuando el acoso aún no estaba calificado como delito, asesinada en defensa de su castidad con sólo 23 años en 1991 y por ello recordada como «la santa de las perseguidas». Impregnada de la espiritualidad de los Salesianos, de la Acción Católica y del Movimiento de los Focolares –los encuentros más importantes de su vida– había madurado antes de su muerte la intención de consagrarse a los Misioneros de la Inmaculada del padre Kolbe, pero no llegó a tiempo.
Por último, pero no por ello menos importante, el padre Ezechiele Ramin, conocido como «Lele» de Padua pero también del mundo, porque se unió a los Misioneros Combonianos del Corazón de Jesús. Con ellos fue al encuentro de los indígenas en México, regresó a su país a tiempo para ayudar a las víctimas del terremoto de Irpinia, y luego de vuelta a Brasil, donde fue asesinado por su compromiso con la mejora de las condiciones de vida y de trabajo de los campesinos acosados por los terratenientes.
Crédito de la nota: Vatican News.
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