«Este aniversario –explica a la Agencia Fides con ocasión de la Jornada Mundial de las Misiones– me gustaría que fuera una ocasión para recordar a la sociedad coreana la realidad de los pobres; y para ayudar a los voluntarios a crecer en la dimensión del servicio al prójimo. También me gustaría que fuera un momento para recaudar fondos para la caridad: vivimos al 50% con subvenciones del gobierno y el otro 50% con donaciones voluntarias, según la Providencia de Dios».
Precisamente con el objetivo de ampliar el apoyo a las obras de la «Casa de Anna», que se encuentra en Seong-nam, una ciudad en las afueras de Seúl, el padre Bordo ha supervisado la traducción al italiano y la impresión del libro que ha publicado en Corea en 2021, titulado «El amor que alimenta». Dado el discreto éxito del libro en el país asiático –10 mil ejemplares vendidos y 5 reimpresiones– la Embajada de Italia en Corea ha promovido la traducción y edición del texto en Italia, titulado «Chef per amore» (Chef por amor).
Desde el principio, la misión del padre Bordo se ha caracterizado por ser una «obra de misericordia» para alimentar, consolar y estar cerca de los pobres. Desde 1998 hasta marzo de 2022, las instalaciones de la «Casa de Anna» proporcionaron más de 3 millones de comidas, garantizaron 21 mil intervenciones médicas, mil tratamientos odontológicos, 6 mil intervenciones y tratamientos psiquiátricos, 700 consultas jurídicas, así como servicios de higiene personal, distribución de ropa, pero, sobre todo, «mucho respeto y amor por las personas abandonadas en las calles de una ciudad opulenta pero a menudo despreocupada».
«A los pobres hay que saber verlos», añade. Luego a la pregunta de por qué los misioneros OMI habían viajado hasta Corea del Sur, un país económicamente desarrollado y rico en clero, el padre Bordo responde: «Porque somos los misioneros de los pobres». A lo que a menudo se escucha replicar: «pero aquí no hay pobres. No es que no haya pobres allí –señala el cardenal coreano Lazarus You Heung-sik, ahora Prefecto del Dicasterio para el Clero, en el prefacio del libro del padre Bordo–, es que la gente no quiere verlos. Para reconocer a los excluidos hace falta una mirada de fe y amor. Así es como nuestros oblatos han dirigido su mirada a nuestra tierra».
Partiendo de las necesidades detectadas en la zona, la labor del padre Vicenzo se ha volcado, entre otras cosas, en la lucha contra el analfabetismo: el misionero ha puesto en marcha una escuela de tarde para muchos ancianos que han aprendido a leer y escribir. Del mismo modo, en la ciudad de Seong-Nam, el ayuntamiento afirmaba que no había indigentes ni personas que vivieran en la calle. El padre Vincent empezó a reunirse con algunos de ellos y pronto acogió a más de 200, muchos de ellos chicos. Médicos y profesores afirmaban que no había niños disléxicos en Corea, y el padre Vincent puso en marcha un programa de apoyo a la dislexia en 2002. Las autoridades afirmaban que un hogar para niños de la calle era una instalación inútil porque la «plaga» de niños de la calle era inexistente. Ya en 1998, el misionero acogió a más de 20 chicos y chicas en su casa familiar, ayudándoles a encontrar trabajo y ocupándose de su plena reinserción en la sociedad, gracias a un equipo de voluntarios y psicólogos.
«La evangelización más elocuente tiene lugar cuando se vive la caridad –señala el cardenal Lazarus You Heung-sik–, porque el Evangelio se anuncia no sólo con la predicación, sino, sobre todo, con una vida que, a través de gestos de cercanía, de compasión, de amor, deja entrever el rostro de Dios y la belleza de su llamada».
Y continúa: «Si miramos a la comunidad primitiva de Jerusalén, podemos ver tres pilares principales: todos viven la Palabra de Dios; ponen todo en común hasta ser un solo corazón y una sola alma; apoyan a los más pobres que están en dificultades. He visto esta Iglesia viva en las iniciativas que el padre Vincenzo Bordo ha sabido dar vida en mi patria, Corea. Parece, aquel, un mundo lejano, pero el testimonio de caridad que allí se vive puede ser un ejemplo para todas las comunidades cristianas».
El misionero ha sabido y podido involucrar a un nutrido grupo de voluntarios para que le ayuden en sus obras de caridad, y hoy son muchos los coreanos que se han comprometido con la labor de atender a los más pequeños, aprovechando la oportunidad para entregarse al prójimo. Lo que inspira su acción, según explica en el libro, es reconocer en cada pobre al propio Jesucristo: «Cuantas veces hiciste esto a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hiciste (Mt 25,40)», dice Jesús en el Evangelio. «Cada persona necesitada no es sólo un pobre al que hay que ayudar, sino una hermana y un hermano al que hay que ayudar. Cada persona es única y debe ser acogida, cuidada y amada. Cada persona es Jesús», explica.
El libro, que acaba de publicarse en italiano y que narra la aventura misionera del sacerdote OMI, es «un extraordinario testimonio de fe y de amor. No es sólo un relato de la caridad en acción, sino también del secreto que alimenta la caridad: la oración silenciosa y prolongada, la lectura constante y la meditación de la Palabra de Dios. El testimonio de una fe viva y activa que sabe cuidar de los demás es el camino real de la evangelización, también en el mundo de hoy», concluye el cardenal You Heung-sik.
Crédito de la nota: Agencia Fides.
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