2 mayo, 2024

5 consejos de san Esteban de Hungría que ayudaron a su hijo a ser santo

Cada 16 de agosto la Iglesia recuerda a san Esteban I, fundador de Hungría, nación que bajo su liderazgo se constituyó como tal, al calor del cristianismo. Se le conoce como «el Santo» o «el Grande» -el último gran príncipe entre los húngaros- y, de manera especial, fue el padre de otro gran santo.

El rey san Esteban de Hungría (aproximadamente 975-1038), cuya fiesta se celebra cada 16 de agosto, fue esposo de la beata Gisela de Baviera. Del amor de ambos nació san Emerico, a quien el monarca dio los siguientes consejos para que se convirtiera en un buen gobernante y en santo:

1. Conservar la fe

«En primer lugar, te ordeno, te aconsejo, te recomiendo, hijo amadísimo, si deseas honrar la corona real, que conserves la fe católica y apostólica con tal diligencia y desvelo que sirvas de ejemplo a todos los súbditos que Dios te ha dado, y que todos los varones eclesiásticos puedan con razón llamarte hombre de auténtica vida cristiana, sin la cual ten por cierto que no mereces el nombre de cristiano o de hijo de la Iglesia».

2. Amar y proteger a la Iglesia

«En nuestro reino, hijo amadísimo, debe considerarse [a la Iglesia] joven y reciente, y, por esto, necesita una especial vigilancia y protección; que este don, que la divina clemencia nos ha concedido sin merecerlo, no llegue a ser destruido o aniquilado por tu desidia, por tu pereza o por tu negligencia».

3. Tener el mismo trato con todos

«Hijo mío amadísimo, dulzura de mi corazón, esperanza de una descendencia futura, te ruego, te mando que siempre y en toda ocasión, apoyado en tus buenos sentimientos, seas benigno no sólo con los hombres de alcurnia o con los jefes, los ricos y los del país, sino también con los extranjeros y con todos los que recurran a ti. Porque el fruto de esta benignidad será la máxima felicidad para ti».

4. Mostrarse compasivo y misericordioso

«Sé compasivo con todos los que sufren injustamente, recordando siempre en lo íntimo del corazón aquella máxima del Señor: “Misericordia quiero y no sacrificios”. Sé paciente con todos, con los poderosos y con los que no lo son».

5. Ser virtuoso

«Sé, finalmente, fuerte; que no te engañe la prosperidad ni te desanime la adversidad. Sé también humilde, para que Dios te ensalce, ahora y en el futuro. Sé moderado, y no te excedas en el castigo o la condena. Sé manso, sin oponerte nunca a la justicia. Sé honesto, de manera que nunca seas para nadie, voluntariamente, motivo de vergüenza».

Crédito de la nota: ACI Prensa