28 marzo, 2024

El cambio climático y las pandemias condenan a África

La «alerta roja» se desencadenó a nivel mundial con el reciente informe del Panel Intergubernamental de la ONU sobre el cambio climático, pero la realidad ya está frente a nuestros ojos desde hace algún tiempo; mientras que la gestión de la respuesta global al Covid-19 también ha aumentado las desigualdades.

Que el 1% de la población mundial posea el 43% de la riqueza que se produce en el planeta Tierra es una realidad conocida por la mayoría y que hace tiempo que no es noticia. Sin embargo, hay aspectos nuevos que han surgido en los últimos días que están agravando la situación.

El primer elemento que está contribuyendo está vinculado a las alteraciones climáticas. De hecho, un informe reciente del Panel Intergubernamental de Expertos sobre Alteraciones Climáticas (IPCC) de las Naciones Unidas ha reiterado que los cambios en el clima de la Tierra son en gran parte atribuibles a la acción humana y que estos acentúan eventos extremos (como inundaciones, sequías prolongadas y otros).

Según el informe del IPCC, este tipo de eventos conducirán a un aumento de la temperatura media de la Tierra de 2,7 grados para el año 2100. Una cifra muy superior a la que los estados habían acordado en París en 2015, estableciendo un compromiso para evitar un aumento de la temperatura para el 2100 no superior a 2 grados. El Acuerdo de París fue firmado por 190 partes y ratificado por la Unión Europea en el 2016, para permitir su entrada en vigor.

El nuevo informe del IPCC, sin embargo, representó una cubetada de agua fría, dado que esta situación ya está afectando el aumento de las desigualdades planetarias.

Esto por una razón muy simple: los estados del sur del planeta tienen muy pocas herramientas y aún menos recursos para hacer frente a los eventos extremos que está provocando el aumento de temperatura. Solo para dar algunos ejemplos recientes, que se remontan a este año, basta mencionar el caso de Sudán, que en agosto fue literalmente sumergido por una serie de inundaciones, con miles de casas irreversiblemente dañadas y la capital, Jartum, en gran parte inundada.

O la de Madagascar, con casi medio millón de habitantes en riesgo de morir de hambre, debido a la sequía prolongada, como también está ocurriendo en el sur de Angola, mientras que en Mozambique, en los últimos dos años, ciclones como Kenneth y L’Idai, arrasaron ciudades enteras, como Beira, la segunda más importante del país, después de la capital Maputo.

Ante estos hechos, los países deben recurrir a la ayuda humanitaria, desarrollando aún más esa dependencia de la que, por el contrario, deberían salir pronto.

El secretario general de Naciones Unidas, Antonio Gutiérrez, declaró que este informe debe desencadenar una «alerta roja» planetaria, decretando la necesidad de frenar la carrera por el uso de combustibles fósiles y la conversión «verde» de la economía y su componente energético.

El segundo elemento que está provocando el aumento de las desigualdades a nivel internacional es la gestión de la lucha contra el Covid-19.

Una vez más, el mecanismo establecido por la Organización Mundial de la Salud (OMS), junto con otros socios, no está dando los resultados deseados. Los países centrales del planeta están haciendo prevalecer la lógica centrada en el Estado, no solo privilegiando (lo cual es comprensible) sus respectivos planes nacionales de vacunación, sino incluso centrándose casi exclusivamente en ellos, sin entender que la batalla contra el coronavirus sólo se ganará si todos los continentes tienen niveles aceptables de vacunación.

Hasta la fecha, según datos de la Agencia France Presse, el 16% de la población de los países de altos ingresos ha obtenido casi el 50% de las dosis de vacuna disponibles en el mercado, mientras que el 9% de las poblaciones más pobres han recibido el 0,2 por ciento. Entre los países africanos, el único con datos comparables a los promedios europeos es Marruecos (alrededor del 30% de la población vacunada), mientras que en África subsahariana el país con mayor porcentaje de vacunación es Zimbabwe, con un 8 por ciento.

Este escenario trae consigo diversas consecuencias, todas negativas para los países pobres, y para los africanos en particular: una economía que no crecerá, o crecerá a tasas insuficientes al menos durante los próximos dos años, la cada vez más sistemática y Grave violación de los derechos humanos de las poblaciones, obligadas a respetar las medidas de contención del virus establecidas por varios gobiernos, pero al mismo tiempo teniendo que salir de sus hogares para ganarse el pan de cada día a través de las mil actividades informales que apoyan a la gran mayoría de las familias de este continente, enfrentándose a las duras medidas represivas de la policía local.

Finalmente, una educación bloqueada, dado que ningún país africano cuenta con herramientas adecuadas para garantizar lecciones a través de la educación a distancia, dado que la conexión a Internet y el mismo acceso a la electricidad, en muchos de estos países, aún representan un espejismo.

A diferencia de quienes observaron con optimismo el inicio de la pandemia, la solidaridad internacional no prevalece de ninguna manera en esta compleja fase de la humanidad.

Los tan cacareados procesos de democratización política y económica que se aplicarán tanto al clima como a la gestión de la emergencia sanitaria actual, fueron rápidamente dejados de lado, con la aparición de nuevas barreras, físicas, económicas o simbólicas de poca importancia, para señalar una clara división entre quién está en el lado «correcto» y quién está en el lado «incorrecto» del planeta … No es exactamente un modelo justo o inteligente de concebir y practicar las relaciones humanas e internacionales.

Crédito de la nota: Nigrizia