Han pasado 76 años desde aquellos horribles días en los que el mundo descubrió el devastador poder destructivo de las armas más peligrosas jamás construidas en la Tierra. Los dos ataques nucleares, llevados a cabo por Estados Unidos al final de la Segunda Guerra Mundial, causaron más de 100 mil víctimas en Hiroshima y Nagasaki, bombardeadas respectivamente el 6 y el 9 de agosto de 1945.
Según algunas estimaciones, los muertos pueden haber sido cerca de 200 mil. Se trata del primer y único ataque nuclear en guerra de la historia, pero el desarrollo de armamento y su posesión por parte de muchos estados muestra cómo la paz está en peligro.
Esta es otra de las razones por las que es importante recordar esos tres días que marcaron la historia de un país, Japón, sobre el que los reflectores del mundo se han centrado durante quince días en los Juegos Olímpicos de Tokio 2020, aplazados durante un año a causa de la pandemia. Las Olimpiadas terminarán el domingo 8 de agosto, y dos semanas después será el turno de los Juegos Paralímpicos.
La paz sólo se puede desarmada
Japón vuelve su mirada para conmemorar a las víctimas, para gritar “nunca más” al mundo, y escucha, de nuevo este año, la voz de los supervivientes de los bombardeos nucleares. Cada vez menos con el paso del tiempo. Su mensaje atraviesa fronteras y generaciones y pide a los individuos, ciudadanos y dirigentes que trabajen por la paz, por la no proliferación nuclear, para que disminuya el número de países del mundo que poseen armas cada vez más devastadoras y peligrosas.
En noviembre del 2019, durante su viaje apostólico a Japón y Tailandia, el Papa calificó el uso de la energía atómica con fines bélicos como “un crimen no solo contra el hombre y su dignidad”, sino “contra cualquier posibilidad de futuro en nuestra casa común”.
“La verdadera paz sólo puede ser una paz desarmada”, añadió Francisco, subrayando cómo “desde ese abismo de silencio, todavía hoy se sigue escuchando fuerte el grito de los que ya no están”.
Los discursos pronunciados por Francisco en Hiroshima y Nagasaki deben considerarse ciertamente como intervenciones de teología moral, son palabras proféticas. Fruto de un análisis cuidadoso y preciso del mundo contemporáneo, expresan por tanto un fuerte realismo político: el mundo corre el riesgo de autodestruirse.
76 años después, ¿qué quiere decir hoy a la gente de su diócesis, especialmente a los jóvenes?
Cada año hay menos testigos directos, pero dejan una experiencia importante. Valioso. Hay que transmitirlo a los niños, y este pasaje es muy importante, como también repite el Papa. Es un testimonio que también se realiza a través de otros canales como el cine, la literatura y también la contribución de los medios de comunicación. Debemos continuar con este esfuerzo para mantener viva la memoria.
Crédito de la nota: Vatican News.
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