Incluso los ojos de Sor María Lucía sonríen al describir cómo se imagina el Jardín que pronto surgirá alrededor del Monasterio de San Agustín en Rossano, Calabria. Ante todo, deberá ser verde, sombreado por muchos árboles de todas las especies y tamaños, pero elegidos con respeto a la biodiversidad típica de esta zona, enmarcada entre el mar Jónico y los montes de la Sila Greca. Estará lleno de flores de colores vivos, entre las que las mariposas podrán danzar sin ser molestadas; será perfumado gracias a las particulares esencias aromáticas, decorado con arbustos de mil formas, donde no faltará el canto de los pájaros. Un paraíso, similar al que Dios pintó al principio de los tiempos, que puede despertar en cada visitante una profunda nostalgia por el cuidado de la Creación, pero que también será un lugar de descanso, oración y diálogo, donde se respira el oxígeno de la fraternidad y de la inclusión, con amplios senderos que podrán recorrer las personas con discapacidad.
El primer Monasterio de clausura femenino del sur de Italia
El proyecto del Parque-Jardín de Rossano, inspirado en la Laudato si’ del papa Francisco, comenzó hace mucho tiempo, pero sólo este año, gracias a una campaña de recaudación de fondos, que aún sigue en marcha, y a los numerosos organismos patrocinadores, ha tomado forma, y Sor Lucía anuncia que finalmente estará abierto a los visitantes en abril del 2022. Cuando las monjas agustinas llegaron aquí desde la Ermita de Lecceto, en las colinas de Siena, no había nada en kilómetros a la redonda, ni siquiera el Monasterio, inaugurado hace dos años, en la llanura de Vernile, el primer convento de clausura femenino del sur de Italia, y también el primero de la península dedicado al gran Padre de la Iglesia, pero inmediatamente todas ellas percibieron, más que la soledad o el aislamiento, el enorme potencial de esta zona, un lugar ideal para reencontrarse con lo esencial.
La intuición del padre Vittorino
«Fue un hermano nuestro, el padre Vittorino Grossi, gran estudioso de san Agustín, quien vino a visitarnos en el 2016, y tuvo la primera intuición», dice Sor María Lucía Solera, Superiora de las agustinas de Rossano. «En aquel momento vivíamos en un lugar provisional, y lo llevamos a ver el lugar donde se construiría el Monasterio. El padre Vittorino miró asombrado a su alrededor y dijo: “Oh, qué bonito sería esto, un jardín lleno de flores y árboles”. En un instante nos regaló esa mirada contemplativa que sabe ver más allá de la realidad, que apunta al potencial de desarrollo, de belleza y de bien que todo ser humano debería poder disfrutar. Esta sugerencia suya no cayó en saco roto, ¡al contrario! Nos permitió empezar a soñar».
Primero cultivar la tierra de nuestra propia interioridad
Hay un pasaje de la encíclica Laudato si’– dice Sor Lucía – en el que el Pontífice nos invita a cultivar espacios exteriores que, sin embargo, remiten al cuidado interior. Como decía también Benedicto XVI: «Si los desiertos externos se multiplican, es porque los desiertos internos se van expandiendo». Y así, como monjas agustinas, atentas al aspecto de la interioridad – volver al corazón, decía San Agustín – pero también de la ‘comunionalidad’, es decir, el vivir en unidad, un solo corazón y una sola alma, tendiendo la mano hacia Dios, hemos pensado que el Jardín podría ser un signo muy feliz, una síntesis perfecta de estos dos elementos juntos. Por eso, como se dice en la encíclica, hemos puesto el acento, en primer lugar, en el cultivo de la tierra de la propia interioridad, y a partir de aquí en la necesidad de cultivar las relaciones humanas, para que también ellas lleguen a convertirse en un jardín».
Crédito de la nota: Vatican News.
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