8 octubre, 2024

Testimonio de un perdido

Hola, soy Carlos, tengo 16 años y nací en Sahuayo, Michoacán. Estudio en el seminario comboniano de Sahuayo y cuando las personas me conocen, piensan que siempre he querido estar aquí y que mi vocación empezó desde niño, pero en realidad todo comenzó por una promesa que le hice a Dios.

Por: Carlos Enrique Ayala Magaña, seminarista comboniano

Hola, soy Carlos, tengo 16 años y nací en Sahuayo, Michoacán. Estudio en el seminario comboniano de Sahuayo y cuando las personas me conocen, piensan que siempre he querido estar aquí y que mi vocación empezó desde niño, pero en realidad todo comenzó por una promesa que le hice a Dios.

Cuando tenía 7 años de edad, yo requería un favor de Dios y estando en la parroquia, le pedí que me ayudara y a cambio le prometí tratar de ser sacerdote. En ese momento no sabía que era tan arriesgado ni comprendía la magnitud de mi promesa.

Fui creciendo y me costaba prestar atención durante la misa, me aburría y me peleaba con mi hermano en dicha celebración porque se me hacía eterna. A mis 10 años hice mi primera comunión y a los 11 la confirmación. Siempre recordaba lo que había prometido a Dios, por eso les dije a mis padres que tenía la intención de cumplir mi promesa y decidieron apoyarme.

Investigué lugares y conocí a los diocesanos, ellos me dijeron que en la parroquia del Sagrado Corazón hacían encuentros y comencé a ir; era uno por mes y tuve un proceso de un año. Después me invitaron a un campamento de Navidad en el seminario de Zamora, el cual duró dos días y acampamos en el patio del seminario; pero como no tenía casa de campaña hice amigos y dormí en su tienda. En el primer día compramos muchas chucherías para comer en la noche, pero nos quedamos dormidos. Al día siguiente conocí al padre Chava, sacerdote diocesano, que nos explicó cómo iba a ser la vida en el seminario si ingresábamos, pero a mí no me gustó porque la escuela está ahí dentro y nunca iba a salir de ahí. Así que no regresé.

Durante la pandemia no me importó ingresar a ningún seminario, pero al inicio de la secundaria pensé que era el momento de decidir si entraría o no, entonces reanudé la búsqueda de un lugar o una congregación en la que no tuviera que quedarme siempre en una misma parroquia.

Un día conocí al padre José Luis, misionero comboniano, porque celebró la eucaristía en una parroquia de por mi casa, e invitó a los jóvenes a un encuentro vocacional. Decidí aceptar y al principio me pareció aburrido, pero después me gustaron los temas y las actividades. Tiempo después me invitaron a ir de misiones en Semana Santa y me gustó mucho, por eso decidí continuar con el proceso vocacional con el padre José Luis. Después me invitó al preseminario y me gustó mucho esa experiencia, tanto, que los formadores y el promotor vocacional me invitaron a entrar al seminario y acepté. A la semana fueron a hablar con mis padres y ellos también aceptaron.

Mi papá habló conmigo antes de entrar al seminario. Me dijo que en la Iglesia hay dos caras: así como hay buenos sacerdotes que son firmes en su deber, también hay malos que violan a los niños y me aconsejó que nunca deje que nadie me haga algo y que me defendiera. Antes de entrar al seminario, mi papá me llevó a Guadalajara a comprar unas cosas y regresando me dijo que estaba orgulloso de mí.

El 22 de agosto de 2022 me preparé para irme al seminario. Me despedí de mi familia, almorcé mi comida favorita y luego fui a comer con mi abuela y alrededor de las 5 de la tarde llegué al seminario, donde me recibieron. Esta es la historia de mi vocación hasta ahora. ¡Anímense!