«Llegué a Seúl y todo estaba destruido. Sólo quedaban la catedral y la estación central». Así comienza la historia de la hermana Adriana Bricchi, misionera de las Hijas de Santa María Auxiliadora (FMA). Más de 60 años de misión entre el pueblo coreano, un viaje lleno de sorpresas que ella misma relata como «un largo viaje en manos de Dios».
Una aventura misionera que atraviesa los miedos y las esperanzas, los sufrimientos y las expectativas de paz que han marcado las últimas décadas de la península dividida, y de las personas que la habitan. La hermana Adriana, religiosa salesiana desde 1957, tenía sólo 27 años cuando llegó a Asia, en octubre de 1959. El último día de ese mismo año comenzó su larga misión en Corea. El país, devastado y desangrado por la guerra civil entre el Norte y el Sur, vivía una situación social que ella describe como «inimaginable».
«Recordando aquella época, cada vez me asombro al considerar el milagro que ha realizado Corea para volver a ponerse en pie». Las primeras Hermanas Salesianas habían llegado a Seúl en 1957, y se instalaron en una casa cerca de la iglesia parroquial. Luego abrieron otra en Gwangju, en el extremo sur de Corea.
«Cuando llegué -recuerda la hermana Adriana- éramos tres hermanas en la casa parroquial a la que también acababan de llegar los salesianos. Recuerdo el frío glacial, una helada sin nieve. En la casa de Gwangju pusimos en marcha una escuela media, que más tarde se convirtió en instituto, mientras que en la parroquia teníamos una guardería. Visitábamos a las familias y a los enfermos en el hospital cercano. Debido a la dificultad del idioma, tuvimos que esperar un tiempo para poder impartir cursos de catequesis, que luego empezamos gracias a una religiosa salesiana coreana que había estado en Japón para formarse. Al principio, sin conocer el idioma, me dediqué a los niños del oratorio, que prosperaba mucho. Los niños jugaban y también comían unos trozos de pan y un poco de leche que íbamos a buscar a los campamentos militares americanos que aún quedaban en el país. Entre aquellos niños, algunos se hicieron sacerdotes, otros religiosos, y para mí fue una experiencia maravillosa. Aunque no podía hablar, nos comunicábamos de corazón a corazón».
En la parroquia, dedicada a Juan Bosco, los católicos ya custodiaban el recuerdo de un sacerdote coreano muerto en el conflicto y venerado como mártir. Ahora esa iglesia se ha convertido en una gran parroquia, a la que acuden al menos mil católicos.
«Nosotros nos quedamos allí hasta que nos trasladamos a las afueras, para ser llamadas de nuevo a esa misma parroquia completamente renovada. Actualmente hay unas sesenta hermanas en nuestra casa».
El relato de la hermana Adriana expone además, sin énfasis, datos elocuentes sobre cómo ha crecido con el tiempo una trama de fe, esperanza y caridad en torno a la obra misionera de las hermanas: ahora hay 260 hermanas salesianas en Corea del Sur, distribuidas en 32 casas. Han abierto también una casa en Mongolia. De las cuatro casas repartidas por la metrópoli de Seúl, una está dedicada a la guardería, otra a chicas jóvenes de entre 13 y 20 años, que deberían estar en prisión y que el gobierno encomienda a las religiosas para que se ocupen de su rehabilitación fuera de la cárcel.
«Todos los días paso media hora con ellas, y para mí es un momento lleno de alegría verlas florecer de nuevo: rodeadas de amor, vuelven a ser quienes son, según el buen plan de Dios para sus vidas». Entre las chicas sacadas de la vida carcelaria por la labor silenciosa de las hermanas hay católicas, protestantes y no cristianas. «Se me ocurrió preguntar a algunas: ‘si vieras a Jesús, ¿qué le pediríais?’ Me respondieron que le dirían: ‘Jesús, perdóname, he hecho mal, pero cuando salga de esta casa me comprometo a portarme bien. Perdóname y ayúdame a ser una buena».
En la tercera casa, en el centro de Seúl, las hermanas salesianas ofrecen formación a las nuevas vocaciones. En la cuarta casa, un centro juvenil lleva a cabo programas educativos y de asistencia social para personas en situaciones difíciles. «Me han dicho que llega gente que realmente parece “endemoniada”, pero ellas intentan ayudar a todo el mundo».
Cuando era más joven, la hermana Adriana también se ocupaba de tres internados para estudiantes. Entre ellas había universitarias con las que creó una escuela gratuita para chicas que no podían continuar sus estudios por motivos económicos. «Aún hoy, estas antiguas alumnas vienen a verme con gran gratitud».
En la isla de Jeju, la más grande de Corea, las Hermanas Salesianas tienen también un centro juvenil al que acuden chicas enviadas desde todas las escuelas del país para un curso de formación de tres días. «Seúl es hoy una ciudad muy grande donde viven diez millones de personas, en la actualidad hay millones de católicos en todo el país. Cuando yo llegué, en los años sesenta, había entre 500 y 600 católicos. Aunque el catolicismo había entrado en Corea en 1700, tras la expulsión de los católicos, regresó en 1800 con misioneros americanos, italianos y franceses que realizaron una intensa labor».
«El pueblo coreano tiene un sentido religioso especial, del que dan testimonio tantos budistas admirables que trabajan por el bien. Entre las jóvenes que asistían a nuestros internados, muchas se han hecho religiosas católicas y ahora trabajan en las parroquias, y cuando vienen a visitarnos, se ve que la fe que conocieron durante los años pasados en el internado se ha conservado en ellas. Esa experiencia comunitaria, en mi opinión, es la más hermosa. Por supuesto que es importante y hermoso predicar, pero la vida compartida a la luz y en el camino de la fe es la forma más intensa de hacer misión, y también de cambiar las estructuras y las formas de la vida eclesial, para que todo en la Iglesia sirva sólo para anunciar el Evangelio».
La hermana Adriana tiene ahora 91 años. La pasión misionera mantiene joven su corazón. Estos días se encuentra en Roma para el Curso de Formación Misionera Permanente Ad Gentes, del 7 al 31 de mayo de 2023, promovido por el Sector Misiones Generales del Instituto de las Hijas de María Auxiliadora, junto con una quincena de hermanas de todo el mundo. El Curso pretende «despertar la frescura original de la fecundidad vocacional misionera». Una «vuelta a las fuentes» para reavivar la pasión misionera según el espíritu sugerido por la frase de Don Bosco «da mihi animas coetera tolle» (Dame las personas; los bienes tómalos para ti).
Crédito de la nota: Agencia Fides.
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