El padre Rafael Casamayor relata el difícil contexto en el que viven muchos menores con discapacidad visual en la comunidad de Dosso en la que trabaja como misionero. En Níger, el 10% de la población tiene alguna discapacidad, la mayoría visual, debido a una mosca responsable de esta enfermedad conocida como oncocercosis (ceguera africana de río).
«Nuestro objetivo –declara el sacerdote de la Sociedad para las Misiones Africanas– es que consigan la mayor autonomía posible a partir de una educación, formación especializada y atención médica, dentro de nuestras posibilidades, y puedan así integrarse en una sociedad de la que antes estaban excluidos».
«No somos expertos en estas dolencias pero intentamos reavivar su esperanza, su alegría, también la de los padres manifestándoles nuestra amistad y cercanía. Muestras la mínima atención a estos niños y te responden con una amplia sonrisa, parece que se abren como una flor».
«Al principio de nuestras actividades, los niños nos contaban sus historias: cómo a menudo los padres se despreocupaban, no les prestaban atención, los consideraban como una maldición, los tenían incomunicados con la perspectiva de convertirse un día en mendigos mientras la sociedad se mostraba indiferente».
En el pasado, estos niños tenían que caminar kilómetros para ir a la escuela, con el resultado de que la mayoría de ellos tuvo que abandonarla a causa de su discapacidad y la situación económica de sus padres.
«Para paliar esta situación, junto con la Asociación Zankey Handuriya (la estrella de los niños) de Dosso, pusimos a su disposición un medio de transporte y organizamos un comedor escolar para ellos donde pudieran comer después de clase. Además de atención médica y oftalmológica básica, les ofrecemos formación que consideramos fundamental para que puedan valerse por ellos mismos: desde la movilidad y orientación, el estudio y perfeccionamiento de método Braille, al uso de computadoras y teléfonos inteligentes, música y diversas actividades manuales».
«Los niños que conocimos temerosos, encogidos, tristes y retraídos –afirma el misionero– ahora, después de pocos meses de formación e integración en el conjunto de compañeros y equipo formador, se les ve totalmente cambiados: comunicativos, sonrientes, felices y mucho más relajados. Por supuesto, siguen siendo invidentes, pero han ganado mucho en autonomía y tienen la esperanza de seguir progresando sintiéndose útiles en la sociedad a través de su esfuerzo y perseverancia. Para nosotros es un motivo de alegría y orgullo contemplar todas las mañanas a estos muchachos con la alegría que comunican y el tesón que ponen en aprender, en superarse cada vez un poco más».
Zankey Handuriya se dirige a niños invidentes de entre 6 y 18 años, la mayoría de ellos de familias muy pobres, actualmente alrededor de 50. Lo llevan a cabo misioneros junto con voluntarios locales en Gaya y Dosso, donde ya se han incorporado unos 50 aspirantes, según el padre Rafael, «son una bendición que garantiza la continuidad del proyecto».
Crédito de la nota: Agencia Fides.
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